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Mostrando entradas de marzo, 2016

Her: disfonía

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Muy a menudo me hallo en desacuerdo con la opinión mayoritaria sobre alguna obra de ficción, especialmente en lo que respecta al cine.  Gravity es un ejemplo más o menos reciente, una película ensalzada por el grueso de la crítica y que, quizá decepcionado por su espuria etiqueta de ciencia ficción, no fui capaz de disfrutar. El de Her también ha sido uno de estos casos, una película a la que un genuino interés me atrajo inicialmente. Pero mi curiosidad no tardó en remitir, a medida que quedaba patente el contraste entre la profundidad de los temas por ella tratados y lo huero de su argumento. Her transcurre en una Los Ángeles que ha dejado de ser el infierno automovilístico que es hoy para convertirse en un lugar en el que la gente puede desplazarse en transporte público o incluso a pie. Pero casi desde el principio tuve problemas para digerir esta imagen asépticamente optimista de un futuro cercano, donde todo parece por estrenar y en el que empleos inanes permiten vivir en a

Freakangels: conocemos todos vuestros secretos

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La hiperabundancia de remakes en el cine comercial actual es algo contra lo que suelo despotricar a menudo, quejándome tanto del escaso atrevimiento de la presente generación de guionistas como del conservadurismo de los grandes estudios. Por ello encuentro bastante contradictorio no conocer cierto tipo de cine por sus obras originales, sino a través de versiones posteriores. Así me ha ocurrido con un buen número de historias a caballo entre el terror y la ciencia ficción filmadas en la década de los cincuenta, que he disfrutado mediante los remakes realizados en los años setenta y ochenta. Pero películas como La invasión de los ultracuerpos , La mosca o La cosa son responsables de buena parte de mi aprecio por John Carpenter y David Cronenberg y me consuela pensar que, antes que revisiones de los clásicos, puedo considerarlas como nuevas adaptaciones de las obras literarias en las que se basaban aquellos. Una excepción notable es El pueblo de los malditos , que llevaba a la pan

No me pegues que llevo gafas: esto está lleno de modernas

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Uno de los fenómenos del siglo XXI que más me ha sorprendido es la práctica desaparición de las subculturas que recibían el apelativo de tribus urbanas. Es cierto que algunos vestigios de las mismas aún perviven, aunque sus códigos han cambiado y cada vez me resulta más difícil reconocer a sus miembros. O quizá la brecha generacional sea lo que me impide identificar los nuevos grupos en los que hoy se compartimenta la juventud, atendiendo a criterios ignorados por mí. Pero lo que sí percibo es que el antiguo sistema, en el que uno era heavy, gótico o punk de manera exclusiva y casi sectaria, ha dado paso a tendencias en las que prima un eclecticismo de carácter omnívoro. Así, toda manifestación cultural puede ser reivindicable, ya sea con sinceridad o desde una posición defensivamente irónica. Al menos así es como suelo intentar definir a los hipsters , esa extraña subcultura a la que casi nadie osa adscribirse, y cuya propia denominación es usada habitualmente con intención peyorat