Nueva perspectiva horrenda

El reciente fallecimiento del director estadounidense Jonathan Demme ha venido a confirmar que existe un tipo de seguidor del cine de terror acomplejado por la crónica falta de reconocimiento experimentada por el mismo. Referirse a El silencio de los corderos como el único largometraje de terror que ha recibido un Óscar a la mejor película es, como mínimo, una apropiación muy traída por los pelos: si bien es cierto que esta icónica película de 1991 contiene más de un guiño a las convenciones del subgénero, su inclusión en el mismo no parece en absoluto pertinente.

Sin embargo, existen numerosas películas de terror que aparecen frecuentemente en todo tipo de listas de «lo mejor de», con algunos de estos títulos siendo considerados obras clásicas de visionado «imprescindible» para todo cinéfilo. Las menos incluso llegan a ser mencionadas entre las mejores obras de sus directores, como El resplandor de Stanley Kubrick, Alien de Ridley Scott o El exorcista, de William Friedkin.

It Follows
En los últimos años han aparecido algunos ejemplos de cine de horror que parecen tener entre sus objetivos escapar del gueto que viene a ser este subgénero. Se trata de obras que cuidan meticulosamente sus valores de producción, aspectos formales y temas tratados, como si anhelaran una cierta aura de calidad que les permitiera ser consideradas no ya buenas películas de terror, sino buen cine sin más apellidos. La notable The Witch supone un ejemplo reciente de la mencionada tendencia pero la algo anterior It Follows exhibe esta voluntad de manera aún más clara. A pesar de estar lastrada por un guion que descarrila irremisiblemente durante su último acto, elementos como su fotografía evidencian la ambición de trascender el terror. Así, casi cada plano parece haber sido estudiado con una atención al detalle que el propio Wes Anderson podría envidiar. De hecho, aunque su director David Robert Mitchell mencione a Wes Craven como una de sus influencias, en algunos aspectos It Follows parece una obra más deudora del otro Wes, gracias a su obsesión por la simetría en los planos generales o la cuidadosa composición de pequeñas naturalezas muertas a modo de planos subjetivos. Por suerte, la película jamás se hunde en lo gratuitamente cuqui y en ningún momento olvida que su misión es asustar e incomodar.

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