Incorporated: marco y lienzo

A pesar del gran florecimiento que experimentó a fines del siglo pasado el cyberpunk ha dejado de estar de moda y, salvo un reducido número de excepciones como la paupérrima Elysium, el grueso de la ciencia ficción popular discurre hoy por otros cauces. Una de las posibles causas es que la realidad que nos está tocando vivir tiene cada vez se asemeja más a los perturbadores futuros imaginados por las luminarias del subgénero. Incluso el propio William Gibson llegó a aducir razones de este tipo para abandonar las ambientaciones futuristas casi por completo durante varios años, aunque finalmente las haya recuperado para The Peripheral, su última novela.

Por eso la relativa rareza de una serie como Incorporated ha captado mi interés casi desde el principio, aunque la aparición de las vallas publicitarias anunciando el comienzo de su emisión casi haya coincidido con la noticia de su cancelación. Pero lejos de desanimarme, saber que me enfrentaba a una obra con su duración limitada a diez episodios me ha animado aún más a aproximarme a ella, aún temiendo la posibilidad de dar con una historia inconclusa.

En el año 2074 las grandes empresas trasnacionales se han convertido en agentes no solo económicos sino también políticos, ejerciendo una soberanía de iure sobre los territorios bajo su control y adquiriendo otras competencias tradicionalmente reservadas a los estados. La población se reparte entre la reducida élite que trabaja para estas corporaciones y reside en sus áreas de influencia y una grán mayoría que subsiste como puede en zonas fuertemente castigadas por las consecuencias del cambio climático. De hecho, la práctica totalidad de mi interés por Incorporated procede de las pinceladas con que se caracteriza el mundo, desde detalles menores como que España finalmente se haya convertido en un desierto hasta cuestiones tan importantes como la amenaza para la soberanía alimentaria que suponen las patentes de semillas. En este último caso ni siquiera necesitaríamos imaginar corporaciones ficticias como Spiga o Inazagi: la aterradoramente real Monsanto es la pionera de estas rapaces prácticas en el mundo en que vivimos.

Incorporated
Incorporated recoge prácticamente todas las convenciones de género empleadas por el cyberpunk, incluyendo algunas tan demodé como las mastodónticas corporaciones con nombres de resonancia nipona, que le prestan a la serie un sutil aire de retrofuturismo ochentero, de cuando en Occidente todavía se consideraba que el futuro «peligro amarillo» en lo económico procedería de Japón y no de China. Pero la gran estridencia de Incorporated es que su plausible mundo amorosamente recreado y su cuidadísima ambientación se pongan al servicio de una narración tan pedestre, inverosímil por momentos y que presenta un buen número de agujeros en su guión, como esos escáneres que detectan los artefactos tecnológicos o no, en función de las necesidades argumentales de cada capítulo. Al menos la cancelación de la serie ha evitado que tenga que decidir si proceder al visionado de una segunda temporada que ya no llegará.

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