Batallas inimaginables

La bajada propuesta para el tipo impositivo aplicable a los espectáculos ha sido interpretada de diversas maneras, pero la tónica general ha sido poner el acento en la parte que ha quedado fuera: el cine, que continuará tributando al 21%. Varios medios han querido ver en este nuevo capítulo de las guerras del IVA cultural la voluntad del gobierno de continuar castigando a un sector que le es tan poco afecto como este. Incluso se podría abundar en esta lectura, tal vez contemplando esta acción legislativa como un sibilino intento de acotar y reducir la esfera de lo que es comúnmente considerado como cultura, intentando trasvasar el cine a la esfera del entretenimiento y degradando de paso a una parte de la intelligentsia hostil a la categoría de simples faranduleros.

En todo caso existen numerosas interpretaciones para las sucesivas rebajas aplicadas al IVA cultural de manera aparentemente arbitraria. De estas, resulta especialmente llamativa la que ya afecta desde hace algún tiempo a la compraventa de objetos de arte, para beneficio de colectivos tan necesitados como coleccionistas, especuladores y blanqueadores de capitales. Pero encuentro aún más hiriente la obstinación en mantener el máximo gravamen para libros y publicaciones en formatos digitales, cuando la legislación europea ya no obliga a mantenerlo. El ministro de Economía anunció a finales del año pasado que el tipo aplicable a este tipo de textos descendería, si bien no especificó cuándo y, finalmente, ha quedado fuera del proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado para el presente ejercicio. Hablar de la antigua reivindicación de un tipo reducido de IVA para la música en soportes físicos se me antoja incluso ridículo en estas circunstancias, por no mencionar que el sector se encuentra tan firmemente encaminado hacia la irrelevancia económica que una hipotética rebaja llegaría cuando ya no le importara a nadie.

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