Ex Machina: el espíritu de la máquina
El inicio del rodaje de Trainspotting 2 me ha hecho darme cuenta de que ya no pienso en Danny Boyle como uno de mis directores preferidos. He olvidado desde cuándo, aunque no creo que fuera mucho después del estreno de Slumdog Millionaire, una película que no me he preocupado por revisitar a pesar de haberla disfrutado en su día. Desde entonces he perdido la pista del británico pero hay dos de sus filmes anteriores a los que regreso cada cierto tiempo. Aunque adolece de ser una película «de zombis» —o, en puridad, «infectados»—, 28 Days Later se las arregla para contar una gran historia mientras trata la mayoría de temas aparecidos en los veintitantos volúmenes y seis temporadas de la plúmbea The Walking Dead. Pero, quizá de manera más especial, Sunshine ha llegado a ser una de mis películas preferidas, gracias a su inspirado cóctel de ciencia ficción dura con un buen número de elementos de otros géneros. Dejando de lado la presencia al timón del propio Boyle, el número de elementos comunes a estos dos filmes es notable: no es un detalle menor que ambas fueran protagonizadas por Cillian Murphy pero es aún más relevante que Alex Garland escribiera sus guiones.
Y sin embargo nunca había reparado en el nombre de Garland hasta el estreno de Ex Machina, la cual no solo ha escrito sino que también constituye su debut como director. Ex Machina es otra fascinante película de ciencia ficción, que explora con mayor acierto del usual un tema tan manoseado como el temor del ser humano a la rebelión de su obra. Aquí, dicha obra es representada físicamente por un ginoide, uno de los últimos representantes de un linaje que se remonta al menos hasta La Eva futura pero que tiene en la Maria construida por el Dr. Rotwang en Metropolis a su antecesora más evidente. El planteamiento es sencillo: un trasunto megalomaniaco de Larry Page lleva a un joven empleado de su imperio a su particular fortaleza de la soledad para que realice el test de Turing a una IA diseñada por él. Hay algo de perezoso en esta premisa, especialmente en cómo una vez más se muestran los avances tecnológicos como algo que genios sociópatas llevan a cabo en la intimidad de sus sótanos, por muchos recursos y acceso a big data de que dispongan. Pero donde la película brilla es en la construcción de su atmósfera, gracias en buena medida a la fantástica banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow, que con sintetizadores y guitarras construyen unas atmósferas que complementan perfectamente al aséptico búnker subterráneo donde transcurre la mayor parte de la película. Aún así, enconté extraño que el protagonista admita ser aficionado a Depeche Mode pero la única canción diegética que le veamos escuchar sea de OMD. Con todo, Ex Machina es una obra muy superior a otras con las que comparte planteamientos —como The Machine o Transcendence— y, a menos que Garland sufra un extravío comparable al de su paisano Duncan Jones, cabe esperar nuevas obras de similar calado en el futuro.
Y sin embargo nunca había reparado en el nombre de Garland hasta el estreno de Ex Machina, la cual no solo ha escrito sino que también constituye su debut como director. Ex Machina es otra fascinante película de ciencia ficción, que explora con mayor acierto del usual un tema tan manoseado como el temor del ser humano a la rebelión de su obra. Aquí, dicha obra es representada físicamente por un ginoide, uno de los últimos representantes de un linaje que se remonta al menos hasta La Eva futura pero que tiene en la Maria construida por el Dr. Rotwang en Metropolis a su antecesora más evidente. El planteamiento es sencillo: un trasunto megalomaniaco de Larry Page lleva a un joven empleado de su imperio a su particular fortaleza de la soledad para que realice el test de Turing a una IA diseñada por él. Hay algo de perezoso en esta premisa, especialmente en cómo una vez más se muestran los avances tecnológicos como algo que genios sociópatas llevan a cabo en la intimidad de sus sótanos, por muchos recursos y acceso a big data de que dispongan. Pero donde la película brilla es en la construcción de su atmósfera, gracias en buena medida a la fantástica banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow, que con sintetizadores y guitarras construyen unas atmósferas que complementan perfectamente al aséptico búnker subterráneo donde transcurre la mayor parte de la película. Aún así, enconté extraño que el protagonista admita ser aficionado a Depeche Mode pero la única canción diegética que le veamos escuchar sea de OMD. Con todo, Ex Machina es una obra muy superior a otras con las que comparte planteamientos —como The Machine o Transcendence— y, a menos que Garland sufra un extravío comparable al de su paisano Duncan Jones, cabe esperar nuevas obras de similar calado en el futuro.
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