Mr. Robot: domo arigato

Fight Club es uno de los poquísimos casos en los que me he decantado por una adaptación antes que por la obra original. La película de David Fincher incluye en su guion una dimensión política adicional que, si bien no está en absoluto ausente en la novela de Chuck Palahniuk, sí se aprecia de manera más patente sobre la pantalla. La escena final, en la que las sedes de las compañías emisoras de tarjetas de crédito son demolidas una tras otra mientras escuchamos Where Is My Mind? lanza un mensaje memorable al tiempo que inequívoco.

Mr. Robot
Dejando a un lado lo similar de su planteamiento, lo que me ha impulsado a ver Mr. Robot ha sido la curiosidad por saber hasta que punto su vago mensaje antisistema aparecería bajo una forma domesticada y de fácil digestión. Quizá por ello mi interés no tardó en dar paso a la extrañeza a medida que avanzaba por los capítulos de la serie. Hay quien ha considerado Mr. Robot como una necesaria puesta al día de Fight Club, obviando el hecho de que la vigencia de su mensaje continúa prácticamente intacta. La inclusión de referencias a Twitter y moderneces por el estilo hacen más bien poco por actualizar la trama más que en sus aspectos más prescindibles. Pero las semejanzas entre ambas obras no se limitan a la premisa central y los temas tratados, sino que incluyen una coincidencia en lo accesorio que rebasa sobradamente los límites de lo que puede considerarse homenaje. A pesar de todo, el factor que redime parcialmente a Mr. Robot es la actitud anticapitalista que exhibe ocasionalmente; aunque un mensaje de este tipo que proceda a su vez de una gran corporación no puede responder a un auténtico objetivo de denuncia, sino al interés en ofrecer una imagen determinada para llegar a unos nichos de mercado concretos. Algo parecido a lo que ocurre en España con el programa Salvados, financiado en última instancia por una entidad tan crítica con el sistema como pueda serlo el Grupo Planeta.

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