El hobbit: pasaje de vuelta
No ha sido hasta hace unas semanas cuando por fin he visto la trilogía en que Peter Jackson ha dividido su adaptación cinematográfica de El hobbit, llevado a ello más por mi menguado sentido del deber que por verdadero interés. Ya me había enfrentado a Un viaje inesperado hacía algún tiempo aunque de aquella primera entrega solo recordaba lo volátil de su tono, oscilante entre la levedad de la obra original y la grandilocuencia propia de las grandes gestas. Pero ver estas tres películas casi de corrido me ha hecho apreciar la enormidad de lo perpetrado por Jackson, que ha reducido al mínimo la densidad argumental de una narrativa destinada a ser mero receptáculo de un sinfín de escenas de acción. El CGI hace que el resultado final tenga mucho de videojuego no interactivo, si bien en esencia se asemeja más a la fantasía rolera de un adolescente.
Pero son los cambios argumentales con respecto a la novela lo que ha impedido que tome esta adaptación en serio. Comprendo que algunos de ellos se deban a cuestiones de ritmo narrativo o a la necesidad de adaptar la letra impresa a un medio audiovisual. Incluso puedo aceptar que otros obedezcan a un puro capricho de Jackson, como la escena en que los enanos se presentan a Beorn, reescrita porque sí cuando la original es probablemente uno de los pasajes más divertidos del texto de Tolkien. Aunque al menos esta «mejora» no tiene consecuencias más allá de la escena que la contiene: se sustituyen unos gags por otros y la narración prosigue sin verse afectada. Otros cambios son más cuestionables, como la reinvención de Azog como antagonista principal o la adición de una trama amorosa, elementos formulaicos que parecen incluidos para proporcionar un aire de genérica familiaridad al conjunto.
Finalmente, algunas de las modificaciones en el argumento hacen que el guion de Jackson en ocasiones se vuelva un puro desatino, muy notablemente en la segunda parte de esta trilogía sobrevenida. En el texto original la muerte de Smaug se produce cuando el dragón se percata del robo de uno de sus tesoros, decidiendo entonces volar a Esgaroth para castigar a los posibles culpables. Sin embargo, en la película la compañía de Thorin urde un plan para eliminar a Smaug, como si pudiera ser fácil para trece enanos matar a la bestia que antaño fue capaz de aniquilar todo su reino. El plan fracasa inevitablemente pero cuando Smaug tiene a sus atacantes a su merced decide vengarse de ellos, no merendándoselos sino yendo a la ciudad de Esgaroth para achicharrar a unos cuantos humanos que no tienen demasiado que ver en el asunto. Tal expedición punitiva es un atentado contra toda lógica pero en este punto el guion exige que Smaug acuda a la cita con su destino, a despecho del sentido común más elemental. Después de esto recibí casi con alivio el torpe cliffhanger televisivo con el que finaliza La desolación de Smaug.
Pero son los cambios argumentales con respecto a la novela lo que ha impedido que tome esta adaptación en serio. Comprendo que algunos de ellos se deban a cuestiones de ritmo narrativo o a la necesidad de adaptar la letra impresa a un medio audiovisual. Incluso puedo aceptar que otros obedezcan a un puro capricho de Jackson, como la escena en que los enanos se presentan a Beorn, reescrita porque sí cuando la original es probablemente uno de los pasajes más divertidos del texto de Tolkien. Aunque al menos esta «mejora» no tiene consecuencias más allá de la escena que la contiene: se sustituyen unos gags por otros y la narración prosigue sin verse afectada. Otros cambios son más cuestionables, como la reinvención de Azog como antagonista principal o la adición de una trama amorosa, elementos formulaicos que parecen incluidos para proporcionar un aire de genérica familiaridad al conjunto.
Finalmente, algunas de las modificaciones en el argumento hacen que el guion de Jackson en ocasiones se vuelva un puro desatino, muy notablemente en la segunda parte de esta trilogía sobrevenida. En el texto original la muerte de Smaug se produce cuando el dragón se percata del robo de uno de sus tesoros, decidiendo entonces volar a Esgaroth para castigar a los posibles culpables. Sin embargo, en la película la compañía de Thorin urde un plan para eliminar a Smaug, como si pudiera ser fácil para trece enanos matar a la bestia que antaño fue capaz de aniquilar todo su reino. El plan fracasa inevitablemente pero cuando Smaug tiene a sus atacantes a su merced decide vengarse de ellos, no merendándoselos sino yendo a la ciudad de Esgaroth para achicharrar a unos cuantos humanos que no tienen demasiado que ver en el asunto. Tal expedición punitiva es un atentado contra toda lógica pero en este punto el guion exige que Smaug acuda a la cita con su destino, a despecho del sentido común más elemental. Después de esto recibí casi con alivio el torpe cliffhanger televisivo con el que finaliza La desolación de Smaug.
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