Parks and Recreation: la democracia en América

No empleo demasiado tiempo en ver series de televisión y la comedia es un género al que me conformo con asomarme muy ocasionalmente. Por ello, nunca había considerado ver una comedia de situación como Parks and Recreation hasta que alguien llamó mi atención sobre la misma, prácticamente poniéndola ante mis ojos. Casi a mi pesar me pareció un divertido pasatiempo y desde entonces he engullido un buen número de sus breves episodios a mi reposado ritmo usual, tan ajeno a excesos y maratones.

Parks and Recreation
Pero antes que el elemento cómico de las situaciones presentadas en la serie, encuentro de mayor interés su manera de retratar el nivel local de la política. Es aquí donde la interacción entre sociedad y administración se torna más íntimamente mezquina, con las políticas públicas siendo concebidas e implementadas entre tejemanejes de andar por casa. Ron Swanson, director del departamento de parques que da nombre a la serie, es sin duda el personaje que encuentro más fascinante: un ultraliberal que considera cualquier atisbo del poder del estado como una amenaza para la libre empresa. Ron no solo no cree en absoluto en el sistema del que forma parte sino que parece empeñado en sabotearlo, resultando así infinitamente más antidemócrata que esos aquellos a los que los medios de comunicación del mundo real gustan de tachar de «antisistema». Y ejemplificando la actitud opuesta hallamos a Leslie Knope, la ambiciosa e inesperadamente capaz subdirectora del mencionado departamento y protagonista casi absoluta de la serie. El amor de Leslie por los aspectos meramente formales de la democracia resulta visible en su pintoresco eclecticismo, que considera a cualquier político relevante digno de ser emulado. Así, la biografía de John Adams se sitúa junto a la de Richard Nixon en un despacho decorado con retratos de Hillary Clinton y Condoleezza Rice, entre otros.

No obstante, uno de los primeros episodios de la segunda temporada de Parks and Recreation ha estado a punto de forzar mi abandono de la misma. El capítulo en cuestión narra el viaje a la ficticia localidad de Pawnee de unos munícipes venezolanos. Estos visitantes pronto se revelan como unos sátrapas ataviados de militares que se deleitan en rebatir los méritos de la democracia en los Estados Unidos, al tiempo que el elenco habitual insinúa la inexistencia de la misma en Venezuela. Todo este episodio tiene aún menos sutileza que esos artículos de El País que hablan del «régimen de Maduro» como si este no hubiera ganado unas elecciones presidenciales, con independencia de lo que podamos opinar sobre su acción de gobierno. En cualquier caso me sorprende una intención propagandística y adoctrinadora tan flagrante en una serie amable, que hasta ahora había tendido a abordar el tratamiento de temas complejos desde ópticas más tolerantes.

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