El tiempo reencontrado

Jamás he sido capaz de entender a quienes tachan la relectura de pérdida de tiempo. Son numerosísimas las ocasiones en que un libro es merecedor de una segunda visita, amén de lo necesaria que esta pueda ser para reavivar unos recuerdos estragados por el paso del tiempo. Y, a pesar de los libros nuevos por descubrir, encuentro muy satisfactorias las lecturas que abordo de esta manera, ahondando en historias ya sabidas a despecho de lo que hoy llamamos spoilers.

Isaac Asimov
Nunca he releído tantos libros como durante mi adolescencia, debido a unas bibliotecas públicas casi huérfanas de lo que me apetecía leer entonces, así como a una cantidad de tiempo libre en apariencia inagotable. Mi cita con El señor de los anillos era prácticamente anual, en todo momento tenía a medias algún volumen de las aventuras de Astérix y mi colección de novelas de Isaac Asimov nunca llegó a juntar demasiado polvo. Aquel era un tiempo en que podía permitirme dar segundas oportunidades a casi todo y hasta cultivar lecturas que de antemano sabía que no me iban a gustar, aunque este sea un tema que prefiero dejar para una ocasión más propicia.

Hace años que relajé esta costumbre de releer, reservándola para mis libros predilectos o aquellos que quería conocer de manera más íntima. En general leo mucho menos de lo que solía y, aunque la relectura continúa sin parecerme la ociosa extravagancia que tantos ven en ella, mi necesidad de conocer nuevos libros hace ya tiempo que excedió la de reencontrarme con los viejos. Sin embargo, últimamente mi hábito relector ha reverdecido un tanto tras hallar una inesperada sinergia con otra de mis costumbres casi extintas: la lectura en la cama, antaño el más grato momento del día y hoy casi olvidado por culpa de tanta tontería que compite por nuestra atención. Son estos unos instantes de sosiego, perfectos para revisitar las páginas que más echo de menos.

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