La historia interminable: esa es otra historia

Antes que simple cansancio, creo que lo que está haciéndome postergar mi cita anual con Juego de Tronos se trata de desencanto. Pero mientras me debato entre verla o dejarla correr he caído en la cuenta de mi escaso interés por las adaptaciones de obras literarias a cualquier tipo de pantalla. Me cuesta no abordarlas sin temor a recortes argumentales, personajes irreconocibles o caprichosos cambios en su tono. Incluso para ver La comunidad del anillo tuve que vencer cierta reticencia, mientras que la versión cinematográfica de Sandman que ya se adivina en lontananza solo me produce anticipada perplejidad. No creo pecar de elitismo al señalar que, con frecuencia, las adaptaciones a medios audiovisuales vienen a ser traducciones culturales que devalúan la obra original para atraer a mayores —y más rentables— audiencias. Así mismo, la expectación que muchos sienten ante una versión filmada de las páginas de sus amores me parece un sentimiento sospechoso, una suerte de menosprecio al original que lo reduce a la condición de boceto.

La historia interminable
Esta aversión a los manoseos de mis obras favoritas no sólo no es reciente sino que puedo rastrear su origen hasta La historia interminable. Es posible que aquella novela fuera el primer libro de cierta extensión que leí: incluso recuerdo haberme sentido intimidado por su tamaño, aunque detalles como su impresión bicolor me animaran a acometer aquella lectura inicial. Y, aunque han transcurrido años desde la última, estoy seguro de que aún hoy podría revivir algo de la sensación de maravilla que me produjera de niño. Por el contrario, la película me pareció un tremendo fraude ya entonces y estoy convencido de que verla contribuyó de algún modo a la forja del espíritu crítico que hoy pueda poseer. Que Atreyu no tuviera la piel verde, su caballo Ártax no hablara, la Nada se mostrara como un cielo encapotado y Bastian no fuera un protofriki gordo con gafas son detalles menores. Peor es la despiadada condensación que trata como lastre inútil elementos esenciales, destacando un final en el que la Emperatriz Infantil no encomienda a Bastian que cree una nueva tierra de Fantasia: simplemente vuelve a hacer aparecer la antigua como si nada —o la Nada— hubiera ocurrido. Esta trivialización de la muerte y la pérdida es aún peor que haber dejado alevosamente medio libro fuera de la película.

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