The Ultimate Warrior: antaño heroico

La manera en que mi mente a veces se obstina en aferrarse a ciertos detalles me produce no poca fascinación. Estos días me ha forzado a remontarme a mi infancia, al tratar de rastrear el recuerdo desdibujado de una película que, de algún modo, había resistido el paso del tiempo. Ignoro las circunstancias en que la vi, aunque debía tener la edad suficiente como para estar familiarizado, si no con el término, sí con el concepto de postapocalipsis: algo no muy extraño en un vástago de la Guerra Fría.

The Ultimate Warrior
No haber olvidado la presencia del imponente Yul Brynner ha convertido esta investigación en algo absurdamente fácil. Han bastado unos minutos para revelar que la película en cuestión se trataba de The Ultimate Warrior, aquí rebautizada con un título tan literalmente descriptivo como Nueva York, año 2012. Con el enigma resuelto el siguiente paso ha sido volver a verla aunque mi intención no fuera la de realizar un ejercicio nostálgico más. Si bien sentía curiosidad por comparar la película con los recuerdos que conservaba de ella, sobre todo quería comprobar si tenía algo especial que justificara la persistencia de su memoria tantos años después.

El mundo que nos muestra The Ultimate Warrior es un escenario urbano algunas décadas tras el fin de la civilización, aquí causado por un microorganismo que destruyó la mayor parte de la vida vegetal. También se alude a la escasez de petróleo, que ubica la obra a mediados de los años setenta de manera aún más rotunda que las patillas y bigotones de parte de su elenco. The Ultimate Warrior no puede ser descrita como innovadora pero sí se aleja de la imaginería postapocalíptica usual, quizá por tratarse de una película anterior al movimiento punk que tanto contribuiría a la estética del subgénero en los años ochenta. El filme no solo consigue construir un entorno hostil creíble sin recurrir a antagonistas con crestas, cuero y tachuelas sino que, en un insólito alarde de minimalismo, las armas de fuego no hacen aparición. El protagonista va armado con un cuchillo de comedido tamaño que, a despecho de su letalidad, contribuye a retratarlo como una versión menos invulnerable y más verosímil de aquellos viriles héroes de antaño sin dobleces, capaces de enfrentarse a los malos con las manos desnudas si así se terciaba. Estos ingredientes convierten The Ultimate Warrior en un relato de aventuras con un aroma más tradicional de lo que sus elementos de ciencia ficción me hacían esperar, y que he disfrutado precisamente por su alejamiento de las convenciones de género que solemos adscribir al postapocalipsis.

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