Rufianes, ladrones y violadores

Sin City
No recuerdo con exactitud el momento en que el número de videoclubes comenzó a reducirse hasta llegar a su actual presencia —tan testimonial como especializada— pero sí que han transcurrido diez años desde que alquilara una película. Ni siquiera estoy completamente seguro de que esta se tratara de Sin City pero me gusta pensar que así fue, quizá por considerarla un fin de ciclo no del todo inapropiado. La película me fascinó lo suficiente como para verla dos veces de una sentada y dar pie a una exploración de la obra de Frank Miller que me llevó a la lectura de la colección de cómics en que se basa el filme y tres álbumes de Batman: los únicos tebeos de superhéroes que se pueden encontrar en mi biblioteca si exceptuamos Watchmen. Con el tiempo he terminado por considerar la adaptación de Sin City dirigida por Robert Rodríguez y el propio Miller como una obra superior al cómic original en algunos aspectos y, de hecho, mi apreciación por la figura de su autor se desplomó irremediablemente tras leer una entrada en su blog en la que más o menos afirmaba que no había visto a sus compañeros morir con la cara en el barro para que un puñado de hippies desharrapados organizara Occupy Wall Street.

La revelación de Frank Miller como el criptofascista que probablemente siempre fue no ha impedido que regrese a Sin City ocasionalmente, vía cómics o a través de su primera adaptación al cine. Sin embargo he ignorado la existencia de una versión extendida de esta última hasta fecha reciente, lo que ha resultado ser un buen pretexto para reencontrarme una vez más con la obra como paso previo al visionado de su segunda parte. Por desgracia este nuevo montaje de Sin City hace poco más que ordenar cronológicamente las escenas de la versión estrenada en cines, reemplazando así la narración no lineal de aquella por una antología de cuatro relatos independientes entre sí hasta tal punto que cada uno cuenta con sus propios títulos de crédito insertados en el metraje. Esta manera de presentar el contenido no hace sino poner de manifiesto las carencias del material original, que palidece al ser despojado de todo artificio narrativo para mostrar sus banales historias casi al desnudo.

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