H.P. Lovecraft: I am Providence
H. P. Lovecraft ha arrastrado desde siempre reputación de mal escritor debido al lastre percibido en ciertos elementos estilísticos: su calculado arcaísmo y, sobre todo, los floridos excesos verbales conocidos en la crítica literaria anglosajona como «prosa púrpura». Pero yo no recuerdo haber pensado nunca en Lovecraft como escritor de segunda fila y hoy me doy cuenta de cómo mi primer contacto con su obra fue extraordinariamente inspirador. Así mismo jamás me sentí acomplejado por mi afición a un escritor supuestamente mediocre, quizá a causa de una lectura temprana de There Are More Things: en modo alguno podía avergonzarme de leer a un escritor a quien el propio Borges había estimado oportuno rendir homenaje en un cuento. Pero pesar de haber sido mayormente relegado al gueto de la llamada literatura de género, el imaginario lovecraftiano hoy es conocido por personas que jamás se acercarán a su obra y forma parte de una cultura pop cada vez más similar a una red de arrastre.
Sin embargo, me faltaba por añadir a mis lecturas algún ensayo de enjundia sobre este escritor norteamericano. Mi indecisión entre las sendas —y monumentales— biografías escritas por L. Sprague de Camp y S. T. Joshi fue felizmente resuelta al descubrir la existencia de H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida de Michel Houellebecq. Ya conocía al autor francés gracias a un desconocido tan borracho como bienintencionado que hace unos años me recomendó la lectura de Plataforma y, más recientemente, a la difícilmente clasificable película El secuestro de Michel Houellebecq. Si bien H. P. Lovecraft no está escrito con un afán explícitamente reivindicativo, su texto aparece surcado de manera incuestionable por ese tipo especial de amor que reservamos para las lecturas de juventud que nos dejaron huella. En las poco más de cien páginas de este ensayo, Houellebecq aborda la figura del caballero de Providence desde diversos ángulos, en especial el de lo puramente literario pero deteniéndose en algunos aspectos conmovedores de su dimensión humana. El autor francés tampoco se arredra ante el controvertido tema del racismo de Lovecraft, tan indefendible entonces como hoy, pero que antes que invalidar su obra simplemente invita a la cautela durante su lectura. Houellebecq da además una muestra de su perspicacia al describir la alienación que hoy podría sentir Lovecraft —un autoproclamado caballero para quien el sexo no tenía importancia y que consideraba una ordinariez hablar de dinero— al enfrentarse a una sociedad en la que riqueza material y deseabilidad sexual parecen determinar el total de nuestra valía.
Sin embargo, me faltaba por añadir a mis lecturas algún ensayo de enjundia sobre este escritor norteamericano. Mi indecisión entre las sendas —y monumentales— biografías escritas por L. Sprague de Camp y S. T. Joshi fue felizmente resuelta al descubrir la existencia de H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida de Michel Houellebecq. Ya conocía al autor francés gracias a un desconocido tan borracho como bienintencionado que hace unos años me recomendó la lectura de Plataforma y, más recientemente, a la difícilmente clasificable película El secuestro de Michel Houellebecq. Si bien H. P. Lovecraft no está escrito con un afán explícitamente reivindicativo, su texto aparece surcado de manera incuestionable por ese tipo especial de amor que reservamos para las lecturas de juventud que nos dejaron huella. En las poco más de cien páginas de este ensayo, Houellebecq aborda la figura del caballero de Providence desde diversos ángulos, en especial el de lo puramente literario pero deteniéndose en algunos aspectos conmovedores de su dimensión humana. El autor francés tampoco se arredra ante el controvertido tema del racismo de Lovecraft, tan indefendible entonces como hoy, pero que antes que invalidar su obra simplemente invita a la cautela durante su lectura. Houellebecq da además una muestra de su perspicacia al describir la alienación que hoy podría sentir Lovecraft —un autoproclamado caballero para quien el sexo no tenía importancia y que consideraba una ordinariez hablar de dinero— al enfrentarse a una sociedad en la que riqueza material y deseabilidad sexual parecen determinar el total de nuestra valía.
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