El nuevo mecenazgo
A pesar del eclecticismo extremo que hoy se le supone a todo aficionado a la música yo prefiero ejercer el derecho a interesarme solo por lo que me venga en gana, dejando de lado vacas sagradas, viejos dinosaurios y otras imprescindibilidades. Hay estilos a los que apenas me he asomado y no por ello los considero géneros menores. Tan solo se tratan de las fronteras de mi interés en la música, no tan académico como para obligarme a escuchar de todo.
El rap es uno de estos géneros por los que siento nula curiosidad, a pesar de algún escarceo juvenil de la mano de aquel recopilatorio titulado Rap'in Madrid y un amago de aproximación a Eminem cuando el estadounidense estaba en la cúspide de su popularidad. Pero no estoy entre quienes han criticado a la redacción de Rockdelux cuando la revista encabezó aquella canónica lista de trescientos álbumes con It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back. Es una decisión arriesgada pero respetable y hasta defendible, aunque por lo que a mí respecta considero que todo el material de Public Enemy que quería oír ya lo escuché hace veinte años en el radiocasete de un amigo.
Lo cierto es que a algunos raperos solo los conozco a través de sus correrías extramusicales, como las de un Kanye West de quien no he escuchado más que su insulsa colaboración con Rihanna y Paul McCartney. Estos días se ha hablado mucho del numerito montado por West mientras Beck recogía su Grammy o del similar desaire que le hizo a Taylor Swift hace unos años en la entrega de los MTV Video Music Awards. Pero el aspecto que encuentro más pernicioso de West es su faceta como diseñador de carísimas zapatillas deportivas. En este rol West lanza incendiarias proclamas desde los escenarios, atacando a Nike por no pagarle regalías por cada par vendido de sus Air Yeezy mientras elogia a una Adidas que se ha revelado como un patrocinador bastante más generoso. Un discurso tan servil como este pone de manifiesto la naturaleza corporativa de parte de la música popular actual, domesticada por el gran capital y aprisionada en festivales. Pero el mensaje de West contrasta con la polémica generada hace un par de años por la banda californiana No Age durante su paso por Barcelona, cuando fue duramente criticada desde diversos medios por su atrevimiento. Y es que osaron hacer algo tan revolucionario como criticar las prácticas laborales de Converse durante un concierto patrocinado por la propia marca. Por supuesto, el quid de la cuestión parecía radicar en si la banda se había embolsado el caché a pesar de haber boicoteado el evento pero lo realmente llamativo fue la gran cantidad de voces dispuestas, como casi siempre, a alinearse con el poderoso sin conceder al débil el beneficio de la duda.
El rap es uno de estos géneros por los que siento nula curiosidad, a pesar de algún escarceo juvenil de la mano de aquel recopilatorio titulado Rap'in Madrid y un amago de aproximación a Eminem cuando el estadounidense estaba en la cúspide de su popularidad. Pero no estoy entre quienes han criticado a la redacción de Rockdelux cuando la revista encabezó aquella canónica lista de trescientos álbumes con It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back. Es una decisión arriesgada pero respetable y hasta defendible, aunque por lo que a mí respecta considero que todo el material de Public Enemy que quería oír ya lo escuché hace veinte años en el radiocasete de un amigo.
Lo cierto es que a algunos raperos solo los conozco a través de sus correrías extramusicales, como las de un Kanye West de quien no he escuchado más que su insulsa colaboración con Rihanna y Paul McCartney. Estos días se ha hablado mucho del numerito montado por West mientras Beck recogía su Grammy o del similar desaire que le hizo a Taylor Swift hace unos años en la entrega de los MTV Video Music Awards. Pero el aspecto que encuentro más pernicioso de West es su faceta como diseñador de carísimas zapatillas deportivas. En este rol West lanza incendiarias proclamas desde los escenarios, atacando a Nike por no pagarle regalías por cada par vendido de sus Air Yeezy mientras elogia a una Adidas que se ha revelado como un patrocinador bastante más generoso. Un discurso tan servil como este pone de manifiesto la naturaleza corporativa de parte de la música popular actual, domesticada por el gran capital y aprisionada en festivales. Pero el mensaje de West contrasta con la polémica generada hace un par de años por la banda californiana No Age durante su paso por Barcelona, cuando fue duramente criticada desde diversos medios por su atrevimiento. Y es que osaron hacer algo tan revolucionario como criticar las prácticas laborales de Converse durante un concierto patrocinado por la propia marca. Por supuesto, el quid de la cuestión parecía radicar en si la banda se había embolsado el caché a pesar de haber boicoteado el evento pero lo realmente llamativo fue la gran cantidad de voces dispuestas, como casi siempre, a alinearse con el poderoso sin conceder al débil el beneficio de la duda.
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