Attack the Block: qué dientes tan grandes tienes

Mi interés por la ciencia ficción siempre ha sido transversal, incluyendo libros, cine y lo que se tercie. Mis incursiones literarias no siguen un plan trazado de antemano pero cuando reflexiono sobre ellas me resulta fácil detectar patrones y apreciar el modo en que una novela conduce a otras o cómo un cuento determinado sirve de punto de partida para la exploración de nuevas temáticas. Por el contrario, no suelo andarme con tantos miramientos a la hora de escoger cine y veo casi cualquier cosa que llame vagamente mi atención, sin orden alguno y con frecuentes concesiones a películas que en realidad no me interesan demasiado.

Entre estas últimas a menudo encuentro cintas en las que los elementos de ciencia ficción son puramente accesorios, empleados para imprimir cierta pátina de género a historias que discurren por derroteros con mejores posibilidades recaudatorias. Un buen ejemplo es Oblivion, que no tarda en dejar atrás un comienzo prometedor al estilo de Moon para dar paso a la habitual orgía de explosiones y tiros. O la más reciente Edge of Tomorrow, que parte de la premisa de Groundhog Day —previamente apropiada para la ciencia ficción en Source Code— aunque termina por contarnos otro relato épico acerca de cómo la humanidad se salva de la extinción a manos de un enemigo casi imbatible.

Attack the Block
Dejando de lado estos paralelismos entre Tom Cruise y Duncan Jones, Attack the Block es otra de esas obras que usan la ciencia ficción para camuflar una historia bien distinta, aunque en este caso el propósito no sea el usual. La invasión alienígena de un suburbio londinense es el pretexto para mostrar una realidad social concreta, encarnada en un grupo de adolescentes que viven en el equivalente a un bloque de viviendas de protección oficial: el block mencionado en el título de la película. La acción no escasea durante unos sangrientos noventa minutos de metraje en los que los chavales se las ingenian para dar matarile a los extraterrestres. Pero el guión va más allá de lo evidente y contiene un claro discurso subversivo, sin que ni siquiera haga falta leer entre líneas para apreciar la crítica a un sistema en el que hasta las enfermeras forman parte de una clase obrera condenada a vivir en inhóspitos edificios de hormigón que algunos han calificado de arquitectura satánica. Y aunque el clímax aparente de la película sea la derrota de los alienígenas el auténtico punto culminante se produce poco después, cuando uno de los personajes se refiere a los jóvenes protagonistas como «sus vecinos» tras haber dejado de considerarlos simples pandilleros. Así, vemos flores tan raras como la solidaridad de clase arreglándoselas para crecer en terrenos cada vez menos propicios.

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