¡Qué independencia!

En numerosas ocasiones he reflexionado sobre los géneros musicales desde estas mismas páginas, llegando siempre a parecida conclusión: las etiquetas funcionan mejor cuando su finalidad es meramente la de orientar y para ello se requiere un grado de vaguedad. Categorías amplias y difusas como rock, pop o punk son paradójicamente más útiles y se prestan a menos equívocos que las del enrevesado árbol genealógico del metal, con su exhaustiva taxonomía no apta para profanos.

NME C86
Sin embargo nunca he sabido qué hacer del pretendido intento de hacer de lo indie un género musical con entidad propia. En origen, el término no es más que el apócope de independiente —en alusión a la situación contractual de los músicos— aunque también hace referencia a una determinada actitud, caracterizada entre otros rasgos por la filosofía DIY procedente del punk. Pero la vertiente del pop que trata de posicionarse frente al llamado mainstream ha conseguido apropiarse prácticamente en exclusiva del término indie, despojándolo de su significado original y casi vaciándolo de contenido. Este intento de construir un concepto de indie a la medida de la nueva modernidad invita a la confusión y en ocasiones delata a algún melómano con afán de significarse como más molón que el vecino. No veo que existan unos rasgos estilísticos comunes que permitan definir el indie como género diferenciado y su percepción como tal es puro elitismo, una vana pretensión de demostrar que la música disfrutada por los elegidos es mejor que la que escucha el resto de la humanidad.

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