Víbora: a pedra da serpe

Muchos son los motivos por los que me gusta visitar la Feria del Libro de Madrid aunque la mareante cantidad de volúmenes allí expuestos no sea la más importante ni de lejos. Encuentro irresistible visitar las casetas de las editoriales más modestas para hallar la ocasional gema oculta pero la Feria es ante todo una estupenda fuente de anécdotas librescas: desde el dependiente que interrogaba a su compañero sobre la ubicación de no sé cuál trilogía fantástica en cuatro tomos hasta el librero de Valdemar que, ante un lector que ponía de manifiesto su hartazgo por el mito del vampiro, replicaba con exquisito cinismo que aún más inverosímil era el de los emprendedores y muchos se lo tragaban en la vida real.

Esta caseta de la editorial Valdemar ha sido durante muchos años una de mis escalas obligatorias, a las que en fechas más recientes se han añadido los puestos de Gigamesh y Alamut/Bibliópolis. Este último siempre está regentado por un mismo librero que, a pesar de no recordarme de un año para otro, suele proporcionarme jugosas recomendaciones, algún material promocional y, en una ocasión, hasta un apretón de manos por tener la osadía de leer a Iain Banks en su inglés original. Sin embargo, este año no me he dejado seducir por sus consejos y he decidido llevarme de su caseta una de las obras más recientes de Andrzej Sapkowski, un librito titulado Víbora.

Víbora, por Andrzej Sapkowski
Ambientada a comienzos de la guerra ruso-afgana, Víbora funciona en un primer nivel como contrapunto a la mayoría de narraciones transcurridas durante la Guerra Fría con las que estamos familiarizados, generalmente pertenecientes al relato propagandístico estadounidense. Las tropas soviéticas trascienden aquí su usual papel de antagonistas y su punto de vista pasa a ser el telón de fondo sobre el que se teje la trama, una historia fantástica en la que un alférez del ejército rojo será seducido por la oscura fuerza que mora en un recóndito paraje del Hindu Kush y de la que esta breve novela toma su título. Víbora cuenta con evidentes rasgos de obra menor, siendo una lectura no demasiado ambiciosa y lastrada por algunos detalles relativamente poco importantes. Algunos de ellos son atribuibles a la traducción de un José María Faraldo menos afinado que de costumbre, que emplea un buen número de grafías cuestionables —como Fernando Po o muyaidín— amén de errores comunes como un horrendo «volved en sí». Pero en esta ocasión me temo que la mayoría de problemas tienen su origen en el autor, que ha pergeñado un texto infestado de terminología militar soviética —descifrable mediante un glosario de incómodo uso por no estar ubicado al final del libro— y poblado por personajes que, a la manera de Hercule Poirot, salpimentan su discurso con retazos de su lengua materna. Por añadidura, la obra contiene errores que no pueden ser más que el producto de una investigación insuficiente: es el caso de la aparición de las sarisas macedonias que, siendo unas larguísimas picas, ni eran armas de caballería ni artilugios susceptibles de ser disparados. Estos y otros detalles no impiden el disfrute de Víbora por un lector motivado pero sí contribuyen a deslustrar el resultado final, proporcionando a la obra un inmerecido tufillo alimenticio cuando hubiera podido ser una más que correcta novela de aventuras en clave fantástica.

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