¡Puta Guerra!: Verdún fue peor
A excepción de la cobertura recibida por algunos actos conmemorativos el inminente centenario de la Primera Guerra Mundial está pasando desapercibido en los medios de comunicación, aunque quizá sea más llamativa su casi total ausencia de las obras de ficción recientes. Eclipsada por la Segunda Guerra Mundial, la entonces llamada Gran Guerra siempre ha ocupado un segundo plano en cine, literatura y demás, quizá debido a una mayor ambigüedad aparente: por contra, es demasiado fácil reducir la Segunda Guerra Mundial a uno de esos asuntos de buenos contra malos tan del gusto de la ficción popular.
Pero precisamente me he decidido a leer ¡Puta guerra! huyendo de relatos de ese tipo, superando al mismo tiempo el recelo que me inspiraba un Jacques Tardi del que conocía poco más que Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec. Antes que con las correrías de tan antipática heroína, ¡Puta guerra! comparte espíritu con La flor en el fusil, si bien despojada de elementos de ficción para dotarse de una intención documental no muy alejada de autores como Joe Sacco. La obra no contiene diálogos y su texto - recogido en cartelas - consiste en las reflexiones de un soldado francés cualquiera, complementadas por unas ilustraciones de gran crudeza que dan forma a un potente alegato antibélico. Acompaña al cómic de Tardi un extenso ensayo de Jean-Pierre Verney, historiador experto en la Primera Guerra Mundial. Ilustrado con numerosas fotografías, este dossier funciona como una recapitulación de lo ocurrido en la contienda mientras hace hincapié en aspectos usualmente ignorados, como el papel desempeñado por los soldados procedentes de las colonias británicas y francesas o la presencia de unidades del ejército norteamericano formadas por negros pero capitaneadas por oficiales blancos. Así mismo, tanto el cómic como el dossier abordan el injusto destino de los soldados franceses ejecutados por deserción o cobardía, un tema que aún hoy sigue siendo polémico en Francia y que François Hollande ha tratado de resolver hace unos meses al rehabilitar a estos soldados en su conjunto.
Por último, la casi irreprochable traducción resulta problemática en algunos puntos y, además del abuso de una palabra tan poco neutral en castellano como generalísimo, se advierte una gran falta de consistencia en el tratamiento de los nombres propios (si es que a alguien le importa que el káiser Guillermo y el emperador Charles convivan en un mismo texto). Por lo demás, el volumen es el primer cómic publicado en castellano que llega a mis manos tras haber sido impreso en China, en una práctica editorial recién importada de los EE. UU. que nos muestra que, al igual que la guerra, la deslocalización tampoco entiende de fronteras.
Pero precisamente me he decidido a leer ¡Puta guerra! huyendo de relatos de ese tipo, superando al mismo tiempo el recelo que me inspiraba un Jacques Tardi del que conocía poco más que Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec. Antes que con las correrías de tan antipática heroína, ¡Puta guerra! comparte espíritu con La flor en el fusil, si bien despojada de elementos de ficción para dotarse de una intención documental no muy alejada de autores como Joe Sacco. La obra no contiene diálogos y su texto - recogido en cartelas - consiste en las reflexiones de un soldado francés cualquiera, complementadas por unas ilustraciones de gran crudeza que dan forma a un potente alegato antibélico. Acompaña al cómic de Tardi un extenso ensayo de Jean-Pierre Verney, historiador experto en la Primera Guerra Mundial. Ilustrado con numerosas fotografías, este dossier funciona como una recapitulación de lo ocurrido en la contienda mientras hace hincapié en aspectos usualmente ignorados, como el papel desempeñado por los soldados procedentes de las colonias británicas y francesas o la presencia de unidades del ejército norteamericano formadas por negros pero capitaneadas por oficiales blancos. Así mismo, tanto el cómic como el dossier abordan el injusto destino de los soldados franceses ejecutados por deserción o cobardía, un tema que aún hoy sigue siendo polémico en Francia y que François Hollande ha tratado de resolver hace unos meses al rehabilitar a estos soldados en su conjunto.
Por último, la casi irreprochable traducción resulta problemática en algunos puntos y, además del abuso de una palabra tan poco neutral en castellano como generalísimo, se advierte una gran falta de consistencia en el tratamiento de los nombres propios (si es que a alguien le importa que el káiser Guillermo y el emperador Charles convivan en un mismo texto). Por lo demás, el volumen es el primer cómic publicado en castellano que llega a mis manos tras haber sido impreso en China, en una práctica editorial recién importada de los EE. UU. que nos muestra que, al igual que la guerra, la deslocalización tampoco entiende de fronteras.
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