Eagulls: mala suerte
Llevo bastante tiempo intentando dar por finalizado el resurgimiento del post-punk, más o menos desde el periodo comprendido entre la revelación de Editors como el espejismo que quizá siempre fueron y la publicación del irregular cuarto álbum de Interpol. Pero últimamente me he cuestionado hasta qué punto es posible tildar de simple revival a un movimiento tan complejo como el post-punk de este siglo, que ya supera holgadamente en longevidad a la escena de los años ochenta y que, lejos de limitarse a caer en «joydivisionismos» gratuitos, ha explorado un buen número de avenidas musicales. Y es que entre los aires cuasi góticos de Savages y el ramalazo pop de The Drums hay una paleta sonora tan extensa que hace pensar que el post-punk ha mutado en etiqueta genérica, de espectro tan amplio como puedan serlo otras como power pop o punk rock.
Un grupo como los mencionados The Drums siempre me ha inspirado no poco recelo y, aunque interesantes, no puedo dejar de considerar sus dos discos como el fruto de un eclecticismo de inspiración hipster, más preocupado por conjugar influencias «correctas» que en dotar a su sonido de una auténtica intención más allá del esteticismo. De hecho, el sonido de The Drums se limita a ser poco más que pop sin apellidos aunque haya tomado algunos de los tics del post-punk, quizá para mejorar sus credenciales de independencia.
Y el caso opuesto podría ser el de los británicos Eagulls, procedentes de una ciudad con tanta raigambre gótica como Leeds. En su primer álbum este grupo presenta una propuesta que, si bien es esencialmente post-punk, no desdeña el uso de la melodía como eje vertebrador del conjunto de baterías tribales, bajos de ultratumba y guitarras rechinantes. Pero el elemento definitorio de Eagulls es una equidistancia que les permite construir canciones que ni caen en el tetricismo de siempre ni se posicionan de manera abierta en el más luminoso campo del pop. Sus maneras me recuerdan a unos White Lies más crudos y bastante menos grandilocuentes, a pesar de la arrogante carta abierta con la que Eagulls se dieron a conocer incluso antes de la publicación de su álbum. El texto en cuestión retrata a una banda con afán de polemizar y que exhibe una actitud incluso demasiado iconoclasta para estos tiempos de lenguas domesticadas.
Un grupo como los mencionados The Drums siempre me ha inspirado no poco recelo y, aunque interesantes, no puedo dejar de considerar sus dos discos como el fruto de un eclecticismo de inspiración hipster, más preocupado por conjugar influencias «correctas» que en dotar a su sonido de una auténtica intención más allá del esteticismo. De hecho, el sonido de The Drums se limita a ser poco más que pop sin apellidos aunque haya tomado algunos de los tics del post-punk, quizá para mejorar sus credenciales de independencia.
Y el caso opuesto podría ser el de los británicos Eagulls, procedentes de una ciudad con tanta raigambre gótica como Leeds. En su primer álbum este grupo presenta una propuesta que, si bien es esencialmente post-punk, no desdeña el uso de la melodía como eje vertebrador del conjunto de baterías tribales, bajos de ultratumba y guitarras rechinantes. Pero el elemento definitorio de Eagulls es una equidistancia que les permite construir canciones que ni caen en el tetricismo de siempre ni se posicionan de manera abierta en el más luminoso campo del pop. Sus maneras me recuerdan a unos White Lies más crudos y bastante menos grandilocuentes, a pesar de la arrogante carta abierta con la que Eagulls se dieron a conocer incluso antes de la publicación de su álbum. El texto en cuestión retrata a una banda con afán de polemizar y que exhibe una actitud incluso demasiado iconoclasta para estos tiempos de lenguas domesticadas.
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