Canción de hielo y fuego: llévate una rebequita

Siempre he tendido a encontrar mayor atractivo en las obras que funcionan simultáneamente en varios niveles, involucrando más profundamente al lector, al espectador o incluso al jugador, si es que aceptamos la validez de ciertos videojuegos como vehículos narrativos. Alien es uno de los ejemplos más claros, siendo en esencia una película de terror que no sólo viene ataviada con ropajes de ciencia ficción sino que también pertenece a este género por derecho propio, aprovechando su trasfondo futurista para ponernos en guardia contra la codicia corporativa. También Predator funciona de parecida manera, aunque prescindiendo de la riqueza de temas tratados en beneficio de una superior dosis de acción y efectuando además alguna tímida crítica a la política exterior estadounidense de las postrimerías de la Guerra Fría.

A Game of Thrones, por George R.R. Martin
Es posible que esta naturaleza poliédrica sea una de las razones por las que Canción de hielo y fuego se ha abierto paso hasta llegar a un público masivo. La saga no se limita a ser uno de tantos productos fantásticos unidimensionales sin otra aspiración que el escapismo sino que combina elementos que la hacen atractiva para diversos tipos de lector: desde el friki amante de la fantasía de espadazo y tentetieso hasta el furibundo detractor de El señor de los anillos y que, sin embargo, se traga la narrativa de Martin a carretadas. Así mismo, el hecho de que su mundo sea un escenario cercano y poco alienígena, desprovisto de muchos de los tradicionales clichés fantásticos y poblado por personajes dotados de motivaciones reconocibles facilita la lectura de estos voluminosos tomos por parte de lectores a priori no interesados en la ficción de género. Y un incuestionable gusto por el folletín —más atávico que propiamente nostálgico— ha debido hacer el resto, ayudando a la proyectada heptalogía a hacerse con un hueco en nuestros anaqueles.

Game of Thrones
Por supuesto, una serie literaria tan ambiciosa y de tanta envergadura como Canción de hielo y fuego está construida a partir de muchos elementos y en sus páginas se produce una interesante yuxtaposición de sutileza y morbo, arrojando un resultado que se puede disfrutar sin más pero en el que hay mucho que leer entre líneas y una cantidad de subtexto no pequeña. Es una pena que la adaptación televisiva esté ignorando buena parte de esto, perdiendo la mayor parte de la citada sutileza para servir al espectador un producto más directo y que apenas deja espacio para la ambigüedad, la conjetura o la interpretación personal, en el que no existe la insinuación porque todo se presenta de manera inequívocamente obvia.

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