Kill List: círculos de piedra

El cine de terror me ha parecido un valor seguro desde que tuve edad para disfrutar de cierta autonomía televisiva. Incluso cuando todavía era posible frecuentar videoclubes la sección de terror era mi primera parada si lo que buscaba era simplemente pasar un buen (mal) rato. Y es que, aunque encontrar malas películas en el campo del horror sea tan fácil como en cualquier otro género, siempre he pensado que sí es más difícil que sean aburridas: al menos si se goza de disposición macabra y buenas tragaderas. Pero lo cierto es que en los últimos años no he mostrado tanto interés por el horror cinematográfico como solía, a pesar de que la aclamada The Cabin in the Woods haya hecho bastante por revivir mi interés en el mismo. Igualmente, The Conjuring me ha parecido un esfuerzo más que notable, descollando por encima del resto de la obra reciente de James Wan.

Kill List
Sin embargo, la película que realmente me ha hecho recordar qué encontraba de atractivo en aquellos terrores sobrenaturales e inverosímiles asesinos del hacha ha sido Kill List, una cinta británica difícil de encuadrar en un género determinado. Argumento y tono evolucionan sin pausa durante su hora y media de duración y lo que comenzaba como un aparente drama familiar no tardará en dar paso a una historia de asesinos a sueldo que en su último tercio desciende al horror. Kill List ha sido comparada con Wicker Man, con la que además del elemento pagano como fuente de oscuridad comparte una parecida resolución y un protagonista similarmente antípatico: en este caso un Neil Maskell tan inquietante aquí como en su rol en la reciente Utopia. Pero además de una historia fascinante, Kill List constituye un buen ejemplo de cómo hacer terror de bajo presupuesto sin caer en la aburrida trampa del found footage.

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