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Hace ya unos meses que la obra del dibujante belga Peyo goza de renovada presencia en nuestro país, más allá de largometrajes que poco tienen que ver con sus cómics y de la aparentemente imborrable huella dejada por Los Pitufos Makineros. La nueva edición de Johan y Pirluit a cargo de Dolmen ha vuelto a poner a nuestro alcance unos cómics que habían estado ausentes de las librerías durante mucho tiempo, quizá porque antes que «para todos los públicos» siempre habían sido considerados para niños. Y los niños ya no leen tebeos.


Johan y Pirluit 3, por Peyo
Pero en mi propia infancia sí tuve la oportunidad de leer un buen puñado de aventuras no sólo de Johan y Pirluit sino también de Los Pitufos. Mi hermana era más partidaria de los segundos aunque yo siempre preferí las aventuras del paje y su escudero, quizá debido a un gusto por lo medieval que alcanza hasta donde puedo recordar, sin duda propiciado por la lectura de no pocos números revenidos de El capitán Trueno y hasta de El guerrero del antifaz. No obstante, la historieta de Peyo que recuerdo de manera más vivida no estaba protagonizada por Johan y Pirluit sino por los duendes azules. Titulada El pitufísimo en la vieja edición de Bruguera y El rey pitufo en la reedición de Norma, se trata de una historia que, a diferencia de lo que a menudo ocurre durante revisitaciones nostálgicas, he podido comparar favorablemente con la memoria que conservaba de ella.

El rey Pitufo, por Peyo
El rey pitufo contrasta con el resto del canon de Peyo por el tratamiento recibido por las figuras de autoridad, generalmente retratadas como sujetos benévolos cuya legitimidad parece emanar de su sabiduría. Papá Pitufo es el ejemplo más evidente aunque tampoco se puede obviar el rey a cuyo servicio están Johan y Pirluit. Sin embargo, El rey pitufo es en esencia una fábula sobre la naturaleza del poder, mostrando su capacidad corruptora a través de las tropelías que estamos dispuestos a cometer para adquirirlo, ejercerlo y conservarlo. De particular interés por su actual relevancia son los pullazos recibidos por la democracia representativa, por ejemplo, en forma de unos carteles en los que es imposible identificar al candidato —todos los pitufos son iguales— o del peligro de otorgar el mandato a un autócrata que no crea estar vinculado por sus promesas electorales.

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