Aurora de rojos dedos

La saga de Rambo parece hoy un mamotreto difícilmente reivindicable, otro artefacto más de la Guerra Fría reducido a pura antigualla. Quizá fuera posible salvar First Blood pero se ha visto muy lastrada a posteriori por la disonancia moral que presenta con respecto a sus violentas sucesoras, que además tratan temas bien distintos y son políticamente mucho más cuestionables. Especialmente perniciosa es Rambo III, una película que ya nació envejecida al incidir en el conflicto este-oeste en plena perestroika, llegando a retratar a los soviéticos como monstruos capaces de arrancar bebes nonatos del vientre de las mujeres afganas. Al seguir fielmente la retórica norteamericana de la época y repetir sus eslóganes sobre el mundo libre, los luchadores por la libertad y demás propaganda, Rambo III es un filme indigesto que no soporta un visionado actual a menos que uno sea un supervivencialista ansioso por dar uso a su refugio antiatómico.

Red Dawn
Pero en ocasiones la nostalgia tiene como objeto ciertos elementos aún menos susceptibles de ser añorados. El caso de la trasnochada Red Dawn es todavía más evidente, por tratarse de una película rodada durante el periodo álgido del reaganismo y aún más cargada ideológicamente que cualquier entrega de Rambo, tanto que hasta el eslogan de la NRA se presenta bajo una luz favorable. Así, mi sorpresa es morrocotuda al descubrir que el año pasado Red Dawn fue objeto de un remake que traslada la acción a nuestros días. Los rusos y cubanos han dejado de ser el enemigo y aunque el testigo estuvo a punto de ser cedido a China —al estilo de Fallout— finalmente Corea del Norte fue elegida como el malvado invasor de los Estados Unidos. Siento cierta curiosidad morbosa por saber qué más se ha hecho por «modernizar» Red Dawn pero no creo que este intento de rescatar lo peor de los años ochenta merezca el tiempo o el esfuerzo.

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