Metaliteratura

Los libros que a su vez hablan de otros libros —reales o imaginarios— me han fascinado desde siempre. El club Dumas de Arturo Pérez-Reverte es el primer ejemplo que se me ocurre pero el mayor cultivador de esta variedad literaria probablemente sea Umberto Eco: dejando a un lado la importancia del elemento libresco en El péndulo de Foucault, tanto en El nombre de la rosa como en El cementerio de Praga los protagonistas son, de algún modo, los libros que vertebran sus respectivas tramas. Y aunque los ensayos sobre literatura constituyen categoría aparte, de tanto en tanto me gusta acercarme a la lectura sobre libros o sobre el propio acto de leer desde un contexto de no ficción.

Cómo hablar de los libros que no se han leído, por Pierre Bayard
No consigo recordar dónde me topé con ella pero pocas veces una reseña ha conseguido interesarme tanto en un libro como en el caso de Cómo hablar de los libros que no se han leído, del escritor francés Pierre Bayard. Más allá de un título con resonancias de manual de autoayuda y algunas secciones que a veces juegan a ser fieles a tal etiqueta, este ensayo contiene un puñado de interesantes reflexiones sobre la lectura y la no-lectura. La idea central viene a ser que nuestra existencia es algo demasiado efímero como para adquirir familiaridad de primera mano con cada obra considerada esencial y que, antes que en haber leído todas ellas, la verdadera cultura consiste en adquirir visión de conjunto y conocer la posición que cada una ocupa en el entramado global. Después de todo, el haber leído un libro es algo en absoluto binario y sí muy fluido porque, no importa con cuanto cuidado consignemos sus contenidos en nuestra memoria, buena parte está destinada al olvido.

The Shallows, por Nicholas Carr
Sin embargo el escritor estadounidense Nicholas Carr mantiene una posición en The Shallows que, si no opuesta, sí puede parecer antagónica a la de Bayard. The Shallows relata cómo históricamente las tecnologías empleadas por el hombre no sólo han afectado a su visión del mundo sino también a su concepción de sí mismo y a sus procesos mentales. Así como la aparición de la imprenta propició unos determinados hábitos intelectuales, la influencia de internet ha favorecido determinados cambios en el pensar, dificultando que unos lectores acostumbrados a lo sintético, a leer en diagonal y al hipertexto se enfrenten a la lectura secuencial de textos extensos e incluso impidiendo que lleguen a considerarla relevante. Carr es ciertamente más combativo que Bayard en sus planteamientos, señalando las desventajas del nuevo paradigma al advertirnos de la superficialidad mental a la que nos condena el desuso de nuestra memoria y capacidad de concentración.

Es evidente que Bayard tiene razón al exponer que no bastaría con una sola vida para enfrentarse a todas esas lecturas «imprescindibles» para el hombre cultivado: hay que seleccionar y ser capaz de alcanzar cierta perspectiva a partir de un conocimiento fragmentario. Pero tampoco creo que Carr yerre al ponernos en guardia frente a un futuro en el que el libro, tal y como lo entendemos hoy, aparece amenazado por la creciente pujanza de unos contenidos distribuidos en pequeñas píldoras.

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