Black Mirror: crimentales

En los últimos tiempos abundan las opiniones que defienden la superioridad de las series de televisión frente a un cine que muchos creen en horas bajas, víctima de una autofagotización impulsada por los grandes estudios. Los argumentos esgrimidos suelen incidir en el gran número de guiones originales existentes en las primeras frente al aluvión de remakes que asfixia al segundo; o al nivel de desarrollo del que llegan a gozar los personajes al no estar sometidos al estricto límite temporal de un largometraje. En todo caso argumento y personajes parecen ser los únicos elementos que se tienen en cuenta y hay quien, de manera harto simplista, llega a distinguir entre series "de trama" y series "de personajes".

Black Mirror, primera temporada Pero Black Mirror no tiene cabida en esta tipología tan reduccionista ya que su núcleo y razón de ser no son ni las historias que narra ni los personajes que la pueblan, sino los temas tratados. Esta serie británica es, entre otras cosas, una reflexión sobre los efectos de la tecnología en nuestras vidas y por ello la mayoría de sus episodios se ambientan en la actualidad o en futuros cercanos y perfectamente reconocibles, alcanzando los dominios de la ciencia ficción pero sin adentrarse en ellos tanto como para ahuyentar a los espectadores más profanos. Con seis capítulos independientes repartidos en las dos temporadas emitidas hasta el momento, la serie ha alcanzado un éxito considerable y desde luego que se halla entre lo mejor que he encontrado en la televisión en fecha reciente. El carácter antológico de Black Mirror supone además un agradable cambio de ritmo frente a los artificiales estiramientos de la trama presentes en determinadas series que, a menudo, parecen huir hacia delante antes que conducirnos a lugar alguno.

Black Mirror, segunda temporada
A pesar de todo no creo que Black Mirror haya conseguido aprovechar todo su potencial. Unos guiones más robustos hubieran sido de gran ayuda pero el factor que hace que la serie sea algo menos de lo que hubiera podido ser es el tratamiento excesivamente burdo de alguno de sus temas: el episodio «The National Anthem» ejemplifica esto a la perfección, con su total carencia de sutileza y un empeño en agarrar al espectador por el cuello desde el primer minuto, que únicamente consigue que lo accesorio triunfe sobre lo esencial. Y sin embargo hay algunos momentos en los que la serie roza la trascendencia, muy especialmente en «A Hundred Million Merits» y «The Waldo Moment». Ambos episodios versan sobre la apropiación que el sistema hace de los elementos subversivos para domesticarlos y ponerlos a su servicio. Pero su duración se muestra insuficiente para tratar un tema tan complejo y contar al mismo tiempo una buena historia.

Comentarios