Wreck-It Ralph: Videojuegos S.A.

No suelo ver demasiadas películas de animación y tiendo a aproximarme a ellas con no poca cautela. Generalmente me limito a cintas basadas en material con el que estoy familiarizado (Coraline, James y el melocotón gigante) o cuya temática encuentro llamativa (La novia cadáver, Pesadilla antes de Navidad). De este modo confío en protegerme de los argumentos banales que se prodigan en este tipo de cine, amparados en la pobre y no del todo cierta excusa de estar dirigido a un público primariamente infantil. Pero la peor historia que es posible hallar en estas producciones es aquella que además de estar repleta de clichés contiene elementos ideológicos de carácter conservador o, peor aún, neoliberal.

Wreck-It Ralph
La premisa inicial de Wreck-It Ralph llamó mi atención porque muy rara vez los videojuegos son presentados como un producto cultural legitimo y capaz de generar un discurso válido. Pero más allá de ser una historia mil veces vista a la que la nostalgia le presta buena parte de su encanto, Wreck-It Ralph encierra unas ideas que encuentro problemáticas en una obra que pretende ser fantástica en cierta medida. Y es que una vez más se recurre a la vieja metáfora del trabajo para intentar racionalizar los motivos de unos personajes que existen en un contexto ajeno al nuestro. ¿Por qué los protagonistas de los videojuegos realizan determinadas tareas? Porque en ello consiste su jornada laboral. Abundando un poco más en el símil podríamos incidir en que sus tareas consisten en ser marionetas al servicio de la diversión de otros y que el fracaso en desempeñarlas de forma adecuada es castigado con la desconexión permanente del juego del que se es parte y en el que se reside. Despido y desahucio simultáneos.

Si en Pesadilla antes de Navidad no resultó necesario presentar a Santa Claus o Jack Skellington reducidos al nivel de meros trabajadores asalariados para justificar sus funciones de manera verosímil, en Wreck-It Ralph se explica el funcionamiento de determinados elementos fantásticos mediante esos constructos extraídos de nuestra realidad. Es la afirmación definitiva de que las cosas no pueden ser de otra manera y que lo natural es que sean así. La imaginación muere un poco cada vez que se nos muestra un mundo fantástico operando según las tristes reglas que rigen el nuestro.

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