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El retrofuturismo presente en las obras clásicas de ciencia ficción es algo que encuentro cautivador por diversos motivos. Pero asomarse al futuro desde una ventana abierta en el pasado es también una experiencia desconcertante, tanto por la alienación que produce lo que pudo haber sido y jamás fue como por la sorpresa causada por el reconocimiento de elementos que sí han llegado a existir en nuestro presente - y que alguien pudo imaginar décadas atrás.

El comienzo del siglo XXI dejó incumplidas muchas de las promesas de la ciencia ficción, con los famosos coches voladores siendo una de las más manidas. Pero el futuro que llegó sí ha adquirido algunos de los tintes sombríamente distópicos que fueran anticipados por autores como Frederik Pohl o William Gibson, con el estado perdiendo su puesto de principal agente económico en favor de las empresas trasnacionales. Las diferencias con nuestra realidad son fundamentalmente cosméticas: a principios de la década de los ochenta la moda era mostrar un futuro dominado por las compañías japonesas aunque la economía finalmente no ha tomado ese rumbo, por no mencionar el creciente carácter apátrida del mundo de la gran empresa. Pero, en cualquier caso, la banda sonora que el cine adjudicaba a estos futuros imperfectos tendía hacia los sonidos opresivos del rock industrial, inclinación que se agudizaría durante los años noventa.

Sin embargo, a la hora de escoger música que me acompañe durante la lectura de alguna novela rica en estos retrofuturismos sobrevenidos encuentro que el maridaje con los pioneros del technopop es impecable. Los primeros álbumes de John Foxx o Gary Numan también pretendían imaginar el porvenir, a pesar de que el sonido de sus primitivos sintetizadores hoy nos parezca anticuado y retrofuturista, a su manera. Canciones como Metal de Gary Numan son pequeñas historias de ciencia ficción en sí mismas pero la fría desesperanza que transmiten sus melodías continúa evocando a la perfección un futuro que ya casi es presente.

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