Torchlight: barato, barato

Aunque pasé casi de puntillas por su segunda parte y planeo continuar evitando la tercera, Diablo es uno de los videojuegos en los que más horas he invertido: las suficientes como para haberse incorporado a mi historia oral familiar. Mi hermana solía cachondearse de mis partidas preguntando si ya estaba jugando a «ir al pueblo a vender cosas» porque casi cada vez que se asomaba por mi PC sorprendía a mi personaje en Tristram, deshaciéndose del botín obtenido en su última razia. Pero más memorable resultó ser aquella tarde en que mi aprendiz de hechicero intentó vencer a The Butcher infructuosamente mientras la jodida cría coreaba «Ah... Fresh meat!» a mis espaldas. Una y otra vez.

En aquel lejano 1997 Diablo era un eficaz entretenimiento que desempeñaba a la perfección su doble papel como pseudojuego de rol y Gauntlet evolucionado, con una mecánica tan simple como la acumulación de puntos de experiencia y objetos mágicos que permitieran vencer a enemigos cada vez más poderosos y que ofrecieran mejores recompensas. Y así sucesivamente, en un ciclo que terminaba al derrotar a la criatura que daba título al juego. Pero este sistema tan básico crearía escuela y no tardaron en aparecer títulos similares que explotaban el sencillo modelo de dungeon crawler que Diablo había rescatado, puesto al día y popularizado.

Torchlight presenta una importante diferencia con el resto de clones ya que no fue creado únicamente con la intención de arrimar una sardina al ascua diabólica: Runic Games incluye un buen puñado de personas procedentes de Blizzard North y que habían trabajado en las dos primeras entregas de Diablo. Sin embargo, a grandes rasgos podemos describir Torchlight como un descendiente demasiado directo de aquél, con el que reconoce su deuda y al que homenajea de múltiples maneras (y aquí he de decir que me encanta cómo la música que ambienta la aldea de Ember remite inevitablemente al tema de Tristam, con similares arpegios y armónicos de guitarra acústica tratada con delay). En cuanto a los elementos diferenciadores, los principales —y casi únicos— son los visuales, con la imaginería oscura de Diablo siendo sustituida por elementos más coloristas y alegres, con un aire caricaturesco similar a dibujos animados. Pero además, mientras que en Diablo el héroe se enfrentaba en solitario a las hordas del averno, en Torchlight contará con la compañía de un animal —perro o gato— que no sólo luchará a nuestro lado sino que hará las veces de mula de carga, acarreando nuestro inventario e incluso yendo a venderlo al pueblo a nuestra orden: se acabó el hacer de buhonero.

Estos escasos aspectos novedosos no ocultan en absoluto el hecho de que, en lo esencial, Torchlight se trata de una versión remozada de Diablo. Pero se le puede perdonar fácilmente por su falta de vocación de trascendencia, limitándose a ser un juego adictivo, desenfadado e ideal para ser disfrutado de manera casual a ratos perdidos.

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