Una nueva prensa musical

Hay un amplio abanico de actitudes con las que el lector de prensa musical - o de cualquier otra - puede abrirse paso entre sus páginas, abarcando desde las más receptivas hasta las extremadamente refractarias. Ejemplificando las primeras estarían los melómanos que desean mantenerse al día y que buscan música nueva más o menos ávidamente. Por otra parte, en el segundo grupo encontraremos a los fans, interesados en informarse únicamente sobre su música y que ojean con indiferencia el resto de artículos o simplemente los pasan por alto. La mayoría de publicaciones disponen de contenidos susceptibles de ser disfrutados por estos dos tipos básicos de lector aunque también existen algunas revistas musicales que parecen escritas para un público cuyo interés por lo sonoro raya en lo tangencial.

No hace demasiado tiempo que he dejado de seguir la edición norteamericana (y digital) de Rolling Stone, aunque el último número que compré de su edición española data de varios años atrás. Ha sido una decisión en absoluto dolorosa, principalmente justificada por lo caduco de una línea editorial a todas luces dirigida a señores de mediana edad amantes de los Beatles, las Converse All Star y las Ray-Ban Wayfarer. La virtual ausencia de las nuevas propuestas en sus páginas y lo alopécico de unas portadas dedicadas demasiado a menudo a los años sesenta me lo pusieron muy fácil; aunque fue la insistencia de la publicación en posicionarse a un tiempo como revista de música y estilo de vida lo que finalmente hizo que me librara de la inercia que me impulsaba a comprarla mes tras mes. Este énfasis en unas determinadas formas de consumo mal denominadas "estilo de vida" es el principal culpable de que Rolling Stone tenga tanto de revista musical como Playboy pueda tenerlo de revista pornográfica: buena parte de los requisitos formales están ahí pero desprovistos de toda sustancia y de mucho de su atractivo.

A veces pienso que Rolling Stone no sirve para otra cosa que ayudar a cierto tipo de lectores a mantener la ilusión por un mítico lado rockero que jamás tuvieron. Quizá los aficionados a categorizar y etiquetar todo lo que se ponga a tiro hallen algún valor en las listas que la revista publica constantemente, al estilo de "las 500 mejores canciones de la historia" y zarandajas similares que bien podrían haber surgido de las páginas de Alta fidelidad. Pero encuentro muy cuestionable la utilidad de la revista como vehículo informativo, por no mencionar la existencia de vías mucho más eficaces para que los fans permanezcan al día de las idas y venidas de los músicos de sus amores.

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