Té con palomitas

Sherlock Holmes es uno de esos personajes tan incorporados al acervo popular que todos conocemos al menos un pequeño número de detalles sobre él. Porque después de todo, ¿quién no ha leído una novela de Arthur Conan Doyle? ¿De veras queda alguien que no haya visto alguna añeja película sobre alguno de sus casos? En realidad sí, pero a pesar de ello todos nos sabemos grandes expertos en la figura del detective y hasta hemos oído en alguna ocasión al sabio de turno explicarnos el origen cinematográfico de su característica gorra de cazador o la frase condescendiente con que suele regalar los oídos de Watson.

Por ello, en el momento de afrontar alguna obra relacionada con la figura de Holmes no hay quien no cuente con una cierta cantidad de ideas preconcebidas sobre el detective y sepa más o menos qué esperar. Ésa es probablemente la razón por la que las últimas reinvenciones (o reimaginaciones si preferimos emplear el desafortunado neologismo al uso) del personaje intentan cambiar, añadir o eliminar elementos para contar con un mínimo atisbo de sorpresa: éste es el caso de Sherlock Holmes de Guy Ritchie y la casi homónima miniserie Sherlock de la BBC. Los parecidos entre ambas finalizan en el título y mientras que Ritchie nos muestra un Holmes transmutado en un héroe de acción histriónico en un entorno cuasi steampunk, la serie versa sobre el Holmes de siempre, aunque modernizado mínimamente y trasplantado al Londres actual.

Un ejemplo especialmente llamativo de lo que cabe esperar del tono de ambas obras es su tratamiento (o ausencia del mismo) de la mil veces conjeturada relación homosexual existente entre Holmes y Watson. Ya desde las primeras escenas Ritchie se esfuerza por desterrar todo atisbo de ambigüedad, asignándole novia a un Watson que ha abandonado el domicilio compartido con Holmes incluso antes de que comience la película, por no mencionar que este último también encontrará chica durante el transcurso de la cinta. Por el contrario, en la serie ambos personajes tendrán que enfrentarse a la malsana curiosidad de terceros sobre la orientación sexual de dos varones adultos que comparten techo, a pesar de que Watson tenga una especie de amiga íntima y Sherlock esté por encima de esas cosas tan mundanamente biológicas. Un detalle menor pero que muestra cómo película y serie están destinadas a públicos distintos y, aunque ambas obras tendrán una continuación en el futuro inmediato, creo que en esta ocasión sólo tendré tiempo para un Sherlock.

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