Regreso al Panóptico

George Orwell es uno de esos autores excesivamente clásicos de los que puedo afirmar haber conocido durante toda la vida, una auténtica vaca sagrada de la literatura. Su nombre me resulta familiar hasta tal punto que no podría recordar con certeza el momento en que oí hablar de él por vez primera. Aunque no creo que fuera mucho después de descubrir Rebelión en la granja... en su versión animada, porque no acudiría al libro hasta mucho tiempo después.

Pero probablemente la obra de Orwell que ha dejado una huella más profunda en el imaginario colectivo es 1984. Esta novela es la responsable de que cierto programa de televisión lleve por nombre Gran Hermano, además de haber causado que algún que otro aprendiz de politólogo utilice el hermoso - y aún no muy sobado - neologismo orwelliano para describir cierta especie de régimen ultratotalitario. Así mismo, es notable que el crítico David Pringle incluyera esta novela en su famoso ensayo Science Fiction: The 100 Best Novels y, de hecho, tengo la impresión de que 1984 en ocasiones es leída y tratada como una obra de ciencia ficción más, pasando por alto un denso contenido político reseñado en tantas ocasiones que no merece la pena que me detenga a hacerlo aquí.

De cualquier manera, tras 1984 mi exploración de la obra de Orwell se detuvo durante varios años, hasta que un alma bienintencionada puso en mis manos Sin blanca en París y Londres con ocasión de un viaje a esta última ciudad. Este librito de apariencia inofensiva dejó mucho más poso de lo que esperaba inicialmente aunque de nuevo hice un alto en el camino y no volvería a acudir a Orwell hasta bastante tiempo después, en esta ocasión con Homenaje a Cataluña. Con este texto he descubierto el porqué del contenido de la habitación 101, además de hallar una innegable fuente de inspiración (por decir algo) para Ken Loach en Tierra y libertad. Pero sobre todo me alegro de, en cierto modo, haber regresado a aquella época en la que comenzaba a enamorarme de los libros.

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