Para siempre

Hace ya unos cuantos años que el concepto de álbum se halla en franco retroceso por razones de diversa índole. Dejando de lado las causas, el hecho es que la canción - o el hit, si así lo preferimos - ha terminado por despojarse del disfraz de single e imponerse al álbum por pura fuerza bruta. Aquellos argumentos iniciales en defensa de los formatos digitales frente al CD como soporte ya auguraban este resultado, con connoisseurs y listos varios afirmando que no querían estar obligados a comprar un disco completo del que sólo les gustaban unos cuantos temas. Una respuesta facilona hubiera podido ser que quizá debieran prestarle su atención a música diferente (o mejor, vaya) pero prefiero no aventurarme por terrenos tan abruptos.

En cualquier caso, éstas y otras razones hacen que a veces se me antoje afectado y hasta anticuado hablar de "discos favoritos", como si ello fuera algo afín a calcular precios en pesetas o alquilar películas en un videoclub. Y, sin embargo, no dudo del sentido de evaluar a un artista en función de sus álbumes antes que de sus canciones y encuentro más valor en lo que puedo escuchar durante una hora de música, ya sea larga o escasa, antes que en el éxtasis producido por el temazo de turno. Aún así, he de admitir que no son demasiados los álbumes que consiguen mantener todo mi interés durante una escucha completa.

Probablemente el primer disco que se hizo con un hueco en este sacrosanto e imaginario anaquel dedicado a mis álbumes favoritos fue First and Last and Always de The Sisters of Mercy. Éste es un álbum que ya era añejo cuando lo escuché por primera vez, hijo de unos tiempos en los que era posible que el rock gótico abandonara la cripta para encaramarse hasta posiciones modestas en las radiofórmulas - al menos en las británicas. El disco suena decididamente post-punk, con grandes dosis de primitivismo aportadas por lo machacón de la caja de ritmos y la contundencia de sus líneas de bajo. Pero los rasgos que marcan la diferencia son la guitarra de Wayne Hussey (a la que tanto debe el sonido de Héroes del Silencio) y la voz de Andrew Eldritch, creadora de escuela y archicopiada hasta límites impensables: estoy seguro de que en algún momento de los primeros años noventa llegó a haber más grupos de rock gótico clónicos de The Sisters of Mercy que grupos que no sonaran como la banda de Leeds. Con permiso de otros clásicos imprescindibles como Fields of the Nephilim, este First and Last and Always continúa siendo el ejemplo quintaesencial del goticismo de antaño, con guitarras melódicas, bajos pesados y voces de ultratumba, un álbum tremendamente accesible a pesar de toda esa oscuridad y que merece ser escuchado de principio a fin, mas allá de canciones como Marian o Walk Away.

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