Intimismo de ocasión

No me gustan las salas de cine pero en ocasiones cumplo con el rito y acudo a ver lo que se tercie, ya sea engañado por alguien, ya por interés genuino. Pero esas salas donde las luces no se encienden hasta el final de los títulos de crédito me parecen lugares especialmente antipáticos, en los que la huida en la penumbra ofrece el doble riesgo de un tropezón o de ser alcanzado por la mirada de algún espectador que se sabe superior a mí - después de todo, él se ha quedado a disfrutar del usual texto blanco sobre negro. Pero prefiero escoger estas versiones inocuas de muerte y deshonor antes que la más decorosa alternativa del aburrimiento.

Fue a una de esas salas donde hace ya varios años se me arrastró a ver La vida secreta de las palabras. Lo cierto es que no tenía ni idea de quien era Isabel Coixet pero disfruté de la película a pesar de lo pretenciosa que me pareció en su superficialidad y del tratamiento trivial de algunos de sus temas. Incluso es posible que me quedara a ver los dichosos títulos de crédito para terminar de identificar algún tema de una banda sonora que intentaba ser cool hasta el punto de incluir a Tom Waits. De hecho, este atisbo de la banda sonora suele ser el único motivo por el que puedo llegar a sufrir la interminable lista de personas con trabajos más interesantes que el mío, aunque puede que saber de quien es la canción que sonaba durante cierta escena no parezca especialmente importante.

He tardado bastante tiempo en ver algo más de Isabel Coixet pero la sensación que persiste después del visionado de Mi vida sin mí y Mapa de los sonidos de Tokio es que en lo básico ambas son el mismo cuento: una mujer empeñada en no revelar sus secretos al hombre que ama y una tragedia venidera que ya comienza a proyectar su sombra sobre todo el asunto. Pero más allá de estas semejanzas lo que me inspira rechazo es la asfixiante vocación de trascendencia que invade todo a pesar del escaso calado de lo que se nos está contando, con personajes movidos por poderosos sentimientos pero que sin embargo son estáticos y unidimensionales. Mapa de los sonidos de Tokio en especial es intrascendente hasta el paroxismo y ni siquiera su supuesta carga erótica me ha parecido verosímil.

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