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Hace ya unos meses que se estrenó Moon, el primer largometraje de Duncan Jones, y a la postre ha resultado imposible no enterarse de que el padre del director británico es un tal David Jones, alias David Bowie. Es un detalle de buen gusto que el novel director de cine no haya optado por cobijarse explicitamente bajo el seudónimo de tan augusto progenitor, además de llevarse unos cuantos puntos extra por apartarse de la tradición familiar y verter sus inquietudes artísticas en un medio distinto al escogido por su padre.

Moon Moon es una interesante historia de ciencia ficción que trata temas en su mayor parte ajenos a lo puramente fantástico, aunque no especialmente inusuales en el género. En el fondo Moon no es más que una nueva vuelta de tuerca a la vieja reflexión acerca de lo que nos hace ser humanos y aunque su sustancia no sea especialmente novedosa, su envoltorio resulta sorprendente. Superficialmente la película podría parecernos una amalgama de préstamos procedentes de 2001: Odisea del espacio, Blade Runner o incluso Alien pero cada uno de estos elementos ha sido cuidadosamente subvertido y puesto al servicio de nuevas tretas argumentales, con el resultado final alejándose un tanto de las convenciones y tópicos del género. Por supuesto que no tardaremos en deducir qué es lo que está pasando en la recóndita base lunar donde se desarrolla la acción pero no resultará una tarea fácil. Las pistas falsas dejadas por todos esos préstamos descontextualizados crean una cortina de humo tan espesa que durante al menos la primera mitad de la película mi desconcierto no hacía más que crecer a medida que cada una de mis hipótesis era sumariamente desmontada.

Y sin embargo Moon podría haber sido un poco más de lo que es. En ciertos momentos la historia se prestaba tanto a transmitir esa sensación de insignificancia cósmica borgesiana al estilo de La biblioteca de Babel que me quedé estupefacto cuando tales expectativas se vieron defraudadas casi por completo. Así mismo el final semifeliz narrado por una voz en off me dejó bastante frío por lo innecesario del mismo: correr el clásico y tupido velo me parecía casi requerido. Pero estos detalles menores no mermaron las sensaciones evocadas por una magnífica película que, por otra parte, ha resultado ser demasiado derivativa en sus planteamientos como para llegar a convertirse en un clásico por derecho propio.

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