Orgulloso de ser muggle

Se ha escrito tanto acerca de las bondades literarias o ausencia de las mismas en las novelas del ciclo de Harry Potter que debatir sobre ello ha llegado a ser casi superfluo. Existen todo tipo de críticas sobre la obra de J.K. Rowling y cada cual se centra en el elemento que considera merecedor de su justa ira o de su admiración, ya se trate de la validez de los valores expuestos, de unos imaginarios tintes satánicos o del mérito de haber conseguido que muchas personas vuelvan a leer libros. Desde luego que no hay consenso acerca de si nos hallamos ante un genuino clásico moderno o un fenómeno transitorio.

Harry Potter y la piedra filosofalPero uno de los aspectos que sí suelen darse por sentados sobre estas novelas es su condición de obras de fantasía, con poquísimos textos en los que tal naturaleza no sea asumida de antemano. Y sin embargo no puedo dejar de ver los elementos propiamente fantásticos que aquí se encuentran más que como algo meramente accesorio al trasfondo, con el mundo de Harry Potter presentándose ante nosotros como un lugar aterradoramente normal en el peor sentido del término, a pesar de la omnipresencia de magia y seres fabulosos. En lugar de pintar la realidad con una capa de fantasía se ha procedido a la inversa, aplastando los rasgos característicos de lo fantástico bajo el peso de lo real. Y el resultado son estos magos frustrados y grises, que guardan su dinero en el banco, trabajan como oficinistas y se limitan a usar la magia como una herramienta para rellenar impresos por triplicado o para facilitar las tareas del hogar. La hechicería es utilizada aquí para crear contrapartidas mágicas de elementos existentes en nuestro mundo y a excepción del villano de turno nadie emplea su poder para llevar a cabo grandes prodigios sino versiones mágicas de actos totalmente cotidianos. Ni siquiera algo tan potencialmente fascinante como el estudio de los dragones se salva: es simplemente otra tarea llevada a cabo por funcionarios y apenas más atractiva que ser un chupatintas más al servicio del Ministerio de Magia.

Estos detalles me recuerdan enormemente a Monstruos S.A., una película que me produjo una sensación similar. El insidioso mensaje que este tipo de obras lanza es que si hasta los monstruos tienen que fichar cada mañana mientras unos magos de tomo y lomo desperdician sus vidas en empleos detestables... ¿por qué no te vas a resignar también tú? Los pastos de la otra orilla no sólo no son más verdes sino que incluso han dejado de parecerlo y la imaginación ha sido domesticada. Lo importante es dejar claro que las cosas no podrían ser de otra manera y, por tanto, el mundo en el que vivimos es el mejor de los posibles.

Sin embargo hay un pequeño factor que redime esta obra en cierta medida y es que, como en las mejores obras de literatura infantil o juvenil, resulta posible hacer una doble lectura. En los niveles superficiales nos encontramos con una historia pseudofantástica acerca de las vivencias escolares de un adolescente mesiánico y sus pequeñas victorias contra las fuerzas del mal. Pero profundizando ligeramente subyace otro tema, la capacidad de Harry Potter de rebelarse contra lo establecido para hacer lo que él considera necesario y que al final de cada aventura el propio sistema se vea obligado a reconocer sus esfuerzos con una palmada en la espalda. No fue precisamente la desbordante fantasía de J. K. Rowling lo que me obligó a suspender mi incredulidad mientras leía su obra sino este casual elemento subversivo. El atractivo de no someterse a la autoridad no es desdeñable en nuestros días, en los que tenemos que soportar una creciente cantidad de normas y convenciones sociales que nos obligan a vivir nuestras vidas de una manera determinada. De ahí que la vía de escape ofrecida por la saga de Harry Potter no sea la magia sino la capacidad de su protagonista de obrar fuera del sistema para hacer lo que cree correcto y salir bien librado.

Comentarios

  1. Conozco poco la obra de Rowling -sólo he leído el primero de sus libros-, pero veo por donde vas. "La imaginación domesticada" es el quid de la cuestión; lo escrito por fuerza bruta se confronta a la lógica mercantil (Max Weber y la ética protestante, ¿no?), tan precisa que es capaz de amansar el caos, a veces.

    Me gusta pensar que la precisión maquinal en literatura, por buena que sea -como en el caso de Steig Larsson (cuya obra sospecho es un cadáver exquisito y su figura un montaje-, carece de alma pura, de auténtica identidad. Por eso me sigue sorprendiendo la fantasía que imprimen los textos de Borges, de Cortazar, de Verne, de Poe; humana, en definitiva.

    No obstante, para la extrapolación de estados contemporáneos a la fantasía, mil veces mil, Pratchett.

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  2. By the way, no sabía que tuvieses un blog...

    NB: se me ha olvidado el acento en "Cortázar".

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  3. Creo que la obra de Rowling intenta crear una realidad paralela a la que existe, un mundo de magos con las mismas costumbres que los "muggles".
    Eso crea la ilusión a los jóvenes lectores de que la realidad es algo más de lo que sus ojos ven.

    No es malo de por sí. Es afianzar el hecho de ser niño, de imaginar, de ver más allá de lo que ven los adultos, antes de que crezcan y se conviertan en las alimañas del mundo que nos rodea.

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  4. Estoy de acuerdo contigo acerca de la posible intención de la autora pero mi percepción de su obra es muy diferente.

    Con este pequeño artículo ni siquiera pretendía dar una visión negativa de Harry Potter, sino cuestionar la usual categorización de estos libros como fantásticos. La fantasía que en ellos se nos ofrece aparece casi siempre sometida a los dictados del mundo real y aunque, en efecto, en ocasiones es capaz de generar esa ilusión a la que te refieres yo nunca perdí de vista la gruesa cadena del ancla que ligaba casi cada aspecto fantástico a su referente más inmediatamente real. Ese límite impuesto a la fantasía y la ausencia de vías abiertas a la evasión es lo que hizo que todo me resultara difícil de tragar: en este caso mi problema es que los magos no hacen "cosas de magos" sino que se limitan a llevar vidas y tener preocupaciones muy parecidas a las nuestras.

    Dándole la vuelta a tu frase yo diría que es como si la realidad no fuera mucho más de lo que nuestros ojos ven.

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